Redadas y miedo: Pesadilla diaria de migrantes ecuatorianos en Estados Unidos

Los operativos de ICE ya no se esconden. Arrestos en la calle, en trabajos y hasta en tribunales marcan el 2025. Lo que ocurre en las llamadas ciudades santuario revela una realidad más dura de lo que parece. Estas son tres historias de ecuatorianos que conviven con el miedo.
David
David llevaba tres años trabajando en la cocina de un restaurante en Queens. No tenía papeles, pero cumplía con puntualidad cada turno preparando almuerzos y meriendas. Una mañana, su jefe entró con gesto serio: “Vi en el app que ICE estuvo por la zona, y Juan me contó que entraron al bar de la esquina”. Ese mismo día, sin más explicaciones, lo despidió junto a otros tres compañeros. Bastó un rumor para dejarlo en la calle. Desde entonces sobrevive podando jardines, repartiendo comida a domicilio y, con el invierno cerca, se prepara para palear nieve en los barrios de Nueva York.
El temor que persigue a miles de migrantes, no es un rumor: las redadas se han intensificado en 2025 y se hacen visibles en plena calle, en lugares de trabajo o en tribunales. Según el Departamento de Seguridad Nacional, en la ciudad de Nueva York se han emitido más de 6.000 órdenes de retención migratoria (detainers) desde enero, un incremento superior al 400 % en comparación con la administración anterior. En paralelo, datos de ICE muestran que en el año fiscal 2024 se registraron más de 113.000 arrestos a no ciudadanos, y que en 2025 el ritmo de detenciones ha crecido de forma significativa. Incluso en el edificio federal de 26 Federal Plaza, en Manhattan, el propio ICE ha confirmado operativos en los que migrantes que acudían a renovar permisos o asistir a audiencias fueron arrestados dentro de las instalaciones.
Imagen creada con IA
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Las llamadas “ciudades o zonas santuario”, como Nueva York, Nueva Jersey, Chicago o San Francisco, aprobaron ordenanzas que limitan la colaboración de sus policías locales con ICE: no entregar detenidos sin orden judicial, no preguntar por el estatus migratorio al brindar servicios y no destinar recursos municipales para apoyar redadas federales. La intención es que los migrantes puedan acceder a hospitales o denunciar delitos sin miedo a ser arrestados. Sin embargo, en los últimos meses la presencia federal ha crecido y agentes migratorios han actuado también en estas jurisdicciones, lo que ha generado críticas de organizaciones civiles que denuncian una vulneración del espíritu de protección que esas normas buscan garantizar.

Mariana
Mariana, también ecuatoriana, creyó haber encontrado la estabilidad que buscaba cuando llegó hace seis años. Consiguió un empleo mejor pagado en las afueras de Nueva York, primero compartía el viaje con una compañera y después pudo comprarse un coche usado, que cambió más tarde por uno nuevo. “Era la primera vez que me sentía tranquila, que podía planear a futuro”, dice. Esa calma se derrumbó cuando se enteró de un compatriota deportado tras recibir una simple infracción de tráfico. El miedo la paralizó. Vendió el coche, cambió de trabajo y redujo al mínimo sus salidas. “Lo que más me aterra es cómo los detienen, la forma en que los encadenan. Yo no quiero volver a Ecuador, allá el barrio donde vivía (Durán) está tomado por las pandillas”.
Imagen creada con IA
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La tensión se multiplica con la narrativa oficial. En agosto, el Departamento de Seguridad Nacional difundió una campaña con estética de Pokémon, bajo el lema “Gotta catch ’em all” ("Hay que atraparlos a todos"). El video mostraba a las redadas de migrantes, como un juego de capturas. Nintendo desmintió haber autorizado el uso de su imagen, pero la pieza ya había cumplido su propósito: reforzar el miedo en quienes se saben expuestos y normalizar la persecución ante la opinión pública.
“Lo veo todo (las noticias sobre las redadas), aunque me suba la presión, aunque me quite el sueño”.
Miles de migrantes viven conectados a grupos de WhatsApp y a mapas colaborativos que reportan avistamientos de ICE en tiempo real. La vigilancia constante no reduce la ansiedad, la alimenta.
El impacto va más allá de la vida personal. Un informe de la Brookings Institution, uno de los centros de investigación de Washington, advierte que intensificar las deportaciones no mejora el mercado laboral estadounidense: por el contrario, empeora los resultados para trabajadores nativos al retirar mano de obra complementaria y generar fricciones en sectores clave. En California, Reuters documentó campos de cultivo abandonados porque la mayoría de jornaleros no se presentó a trabajar por miedo.

Norma
Ese mismo efecto se siente en los negocios urbanos. Norma, que trabaja en un bar de Newark en New Jersey, sabe que cada vez que circula una noticia sobre deportaciones o redadas la clientela disminuye drásticamente. “El dueño nos recorta horas y yo tengo que buscar turnos como asistente en una peluquería”, explica. “Es como si la redada ya hubiera ocurrido de todas maneras: las noticias vacían el bar y nos dejan sin turnos”.
Ese clima de incertidumbre transforma la vida diaria en una coreografía de precauciones. Trayectos más largos para evitar controles, silencios en conversaciones cotidianas, renuncias a proyectos que parecían al alcance. El miedo, invisible pero constante, dicta la agenda con más fuerza que cualquier reglamento local.
Así, lo que debía ser un santuario termina convertido en un espejismo. Las redadas no solo detienen cuerpos: vacían bares, alteran barrios, quiebran rutinas. La persecución deja de ser un evento aislado para convertirse en un telón de fondo, una presencia que marca el pulso de comunidades enteras y coloca al miedo en la primera fila de la vida urbana.

